La cálida voz la envuelve hasta el más recóndito rincón de su transpirado cuerpo. La desarma, la enfrenta, la suaviza tiernamente. Entre tanto, ella mira, observa, contempla, ancla sus furias y resuelve. Todo en un mismo instante de calor.
Lo que daría por sentir esos labios extranjeros de ambiguos orígenes y tranformarlos en algo no tan extraño para su boca, para su lengua, para sus sentidos. La respuesta a su pregunta cotidiana, esa que ensordece sus noches, está en la infinita elegancia de sus ojos. De su torso.
Poco y nada se entrecurzan, pero fue suficiente para saber y reconocer a un fugaz atleta de idiomas de juego. Aunque se especialice en imágenes. El poder de convencer con la postura, de infiltrarse entre las gentes y evitarse hasta desaparecer con inseguridad. Todos, absolutamente todos, no lo ven, están distraídos.
Ella repasa que siente y taladra en lugar de reflejar y lo destaca entre la muchedumbre ya que por si sólo no se quiere destacar.
Desde siempre, como siempre, el indiscreto séptimo sentido (que está entre la pelvis, el estómago, el corazón y la mente) se sobresalta. Cada ocasión un poco más. La conclusión es simple: ella debería mirarlo a los labios.
= aunque sea para incordiar =
25 may 2008
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