= aunque sea para incordiar =

22 abr 2010

23.04.10

Que ellos se sientan originales, únicos, que lo son.
Que se depriman y que resurjan de sus cenizas a cada sol.


Dejemos a los artistas con su arte, que lo agrandan y lo mezclan con la vida.

(Qué placer es dar espacio porque después se recibe mucho más que eso y en creces.)

Dejemos, decía, a los artistas con su arte, que es lo que me mejor hacen. Transforman en arte a lo que sea. De lo que sea hacen arte. Las miradas, las palabras, las caricias, los enojos. Los perfumes, los silencios, las vidrieras, los cerrojos.

Dejemos a los artistas con su arte y levantemos el corazón, que lo tenemos levantado hacia el amor.

Dejémoslos, solos, que al segundo correrán hacia nuestros brazos y se acurrucarán, aunque no lo necesiten en verdad. Porque saben que más lo necesitamos nosotros.

El correr del tiempo se hace arte, en los dedos de un artista, pero no ese arte de diccionario, de definición. Sino un arte de vísceras, de lágrimas, de tripa y de corazón.

Dejemos a los artistas, vulnerables criaturas del deseo, libres de toda culpa.
Dejémoslos dormir sin frazada, o, al menos, con un pie fuera ella. Que no son los merecedores de ningún apedreo, que son sólo los bastardos de este siglo sin sueños.

Dejemos jugar a los artistas, sí, digámoslo, con nuestros sentimientos. Después de unos zarpazos de garra grande, los rasguños ya no duelen y son el mejor bálsamo para un ave aunque no vuele.

Y no cuenten los segundos en el fondo de sus labios, y no amarren sus cometas en el fondo del jardín. No cuestionen sus silencios y persigan la razón.

Arte de hartazgo.
Arte de amar.
Arte de locos.
Locos de atar.