= aunque sea para incordiar =

25 sept 2008

Lo prometido es deuda

En su pensión alquilada desde hace ya varias semanas, Raúl se despierta renovado de una larga siesta. Era casi una obligación moral descansar bien para semejante acontecimiento. El día anterior se había encargado de retirar su traje rozagante y su corbata de la tintorería.

El sábado pasado y el anterior habían sido intentos fallidos para cumplir su misión. Pero Raúl sentía algo diferente en su suerte esta vez.

Entornó la puerta de su habitación para que se escurriera como una liebre la brisa fresca de Montecarlo. Escuchó el crujir de los envoltorios que protegían el disfraz de esa noche cuando los descubría ansioso. El traje acarició la cama y la corbata lo acompañó al costado. Raúl los contempló con alivio porque estaban exquisitamente planchados. Se dio media vuelta y silbando un tango que soñaba (como él ) nostalgias, abrió el placard y decidió una camisa adecuada. No quería repetir alguna que ya haya sido vista, sería una falta de respeto para esta especial ocasión. Eligió una con tinte verde que más que esperanza significaba deseo sincero. Se despojó de toda marca de cansancio y lavó su cara y frotó sus dientes y testeó su aliento y se quitó el pijama.
Era tiempo de darle lugar al ritual tan esperado tanto por ropas como por hombre. Frente al espejo, observó su cuerpo rechoncho y gastado mientras abotonaba la camisa. La cubrió delicadamente con el saco, deslizó el pantalón gris entre sus piernas y se ajustó el cinturón de cuero que escondía una cualidad de amuleto.

Ya sentado en su cama, lustró sus zapatos hasta que parecieran dos balas de cañón con mucha más dedicación empedernida que otras veces. Por último, un par de ínfimas gotas de colonia para condecorar su próxima victoria. Confiado, hasta egocéntrico, Raúl cuestionó al espejo para descartar alguna acusación de falta de prolijidad. Ajustó las solapas y suspiró satisfecho.

Raúl miró a su alrededor, al alrededor de la habitación. Se aseguró de que todo quede en el lugar correspondiente. Los cajones de la mesita de luz cerrados con sus respectivos objetos útiles e inútiles dentro. En su vuelta debía encontrar todo a su alcance, por eso dejó el detalle de una lámpara, no vaya a ser que un entrometido obstáculo se interpusiera en su camino. Por fin, golpeó de un cierre la puerta de su pensión y, con pretenciosa elegancia, se dirigió al Casino.

Se encontró allí con aquello que siempre había necesitado. Al entrar, saludó al botones y al guardia, siempre puntuales y estrictos. Sin embargo, dedicó más de sus fuerzas y de su tiempo a la mesera, quién lo esperaba con su whisky on the rocks bien helado con toques de limón.
Unas copas más tarde, Raúl se propició a la ventanilla de la caja, pidió las fichas de todos los sábados y se adueñó de un tragamonedas. Veinticinco centavos. Ruidos centellantes de luces y risas. Cincuenta centavos. Sospechas y expectativas ridículas. Un peso y ya saboreaba el próximo trago que iba a pedir, por supuesto. Cincuenta centavos de nuevo y la moneda relucía. La hendidura de la máquina la absorbió. Los dedos de Raúl la dejaron escapar a su destino. El tiempo se detuvo y el tragamonedas comenzó a gritar, a reír, a disparar relámpagos de colores rojos y azules que llenaban los ojos y el corazón.

Los billetes volaban y se despedían alocadamente por encima de la cabeza engominada de Raúl. Los latidos irrespetuosos a la alegría que lo invadía se aceleraban cada vez más. Desquiciado por poseer lo que tanto había esperado, traspasó ruletas y ancianas para alcanzar la banca. Un hombre desconocido dejó caer en sus manos un papel con demasiados ceros para la memoria de Raúl .

Decidió quién sabe hace cuántos sábados atrás que se retiraría del Casino apenas ganara. Excitado, empujó las puertas avasallantes de salida y enfiló acelerado hacia su pensión. No quería desperdiciar ni el sentimiento, ni los golpes que le presentaba cada flujo de sangre a su cuerpo.Amenazando la puerta de la pensión, despedazó la cerradura con la llave al entrar. Inmediatamente después, en un instante de felicidad pura abrió el cajón preparado con anterioridad. El cheque en su bolsillo derecho, la mano apretada fuertemente. El cajón abierto de par en par ofreciendo su contenido y el estupor detrás de los ojos de Raúl. El ardor a través de las sienes fue rápido, fue certero, fue satisfactorio, fue eficiente.

La foto de un adolescente cae desde un estante debido al movimiento de la otra mano izquierda de Raúl en un intento de amortiguar el dolor. La imagen se posa en su pecho con el lado blanco hacia el techo. Y Raúl se une a su hijo del otro lado del mundo con un avión de esperanzas en el alma y un viaje incumplido prometido hace tiempo.

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