= aunque sea para incordiar =

25 sept 2008

Cobijas

Tenía frío esa tarde, más frío que nunca. El sol ya había bajado hace una hora y el calor del asfalto de perdía. Los dedos de sus pies se asomaban por entre los agujeros de las medias húmedas de algodón. Ningún cartón era suficiente para aplacar los incómodos vientos que se entrometían entre él y sus hermanos.
Tiritando, con la piel rasgada, con los pasos firmes, con las manos secas, se acerca una mujer y los llama. Les dice que van a tener que ser más fuertes todavía, que no pudo conseguir dónde dormir.
Vuelven todos, entonces, al mínimo cartón y se acomodan para pasar la noche. Son cinco, pero ella los abraza como si sus brazos fueran infinitos. Y gracias al murmullo de una canción de cuna en desuso, los hijos se duermen calmos, como si las veredas fuesen el mejor lugar para soñar junto a su madre.

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